Agobiarse ante una realidad perfecta y no poder gritar ni salir corriendo. Que te embargue la más absoluta felicidad al mismo tiempo que el miedo. Que los gritos se ahoguen mientras sonríes sin saber porqué, solo porque sabes que tienes motivos. No ser capaz de sentir, de reaccionar, quedarte fría ante cualquier cosa.
Que la única persona que puede ayudarte no quiera estar a tu lado, que se haya creado una triste realidad a tu alrededor desde el momento en que se fué de tu vida y, aún así, seguir adelante y fingir sonrisas hasta que te das cuenta de que son reales.
La pureza de los sentimientos, la pureza del fuego, la pureza del corazón, la pureza de los pensamientos.
El fuego tan indestructible y tan destructor. Tan de uso diario y poco apreciado, con su belleza, inigualable, tan natural y tan artificial. La llama, perfecta, que puede arrebatar vidas e ilusiones.
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